Por entre las brumas



Por entre las brumas 

Aquella mañana de dolor de cabeza por compañero sirvió para hacerle comprender que no por mucho abarcar se solucionaban los problemas,  el intentar llevar todo al día no daba más que largas cefaleas atormentado las sienes.

Paso la mayor parte de la mañana, como era habitual en los últimos tiempos, de reunión en reunión en las que no prestaba  atención, cada una de ellas era una pérdida de tiempo en la que se repetían, hasta dejarlos sin sentido, los mismos desfasados conceptos, nadie se salía del guión establecido y todo se posponía.

En el silencio de su mesa de trabajo fue estudiando los expedientes pendientes en cuya portada iba escribiendo a lapicero la solución más acorde con las normas, que nadie se molestaría en leer, la secretaria de turno la copiaría literalmente en el acta final que firmaría, sin mirar, el responsable de turno al que felicitarían por su bien hacer.

Llego el final de la jornada y cuando piso la calle decidió volver a su casa caminando, la tarde era gris, el  viento estaba ausente y la temperatura invitaba al paseo despreocupado, no tenía prisas y nadie le echaría de menos si no llegaba a la hora habitual.

Después encender un cigarrillo comenzó a caminar hacia la plaza con el paso cansino de los que no quieren llegar a donde van, deteniéndose a cada instante para mirar una teja descolocada en un alero, descubrir la asimetría de los adoquines, observar que las miradas de los demás son tan aburridas y abúlicas como la suya.

Al llegar a la plaza el cigarrillo ya era solo el filtro y cayó en la cuenta que solamente le había dado una calada al encenderlo, se encogió de hombros mientras tiraba la colilla en el macizo de un árbol desnudo de hojas que lo embeleso con su sequedad, estaba muerto, el árbol estaba muerto y nadie parecía darle la menor importancia, pasaban por su lado pendientes de todo menos de que el árbol estaba muerto.
Un árbol anónimo en la esquina de una plaza de renombre que por homenaje, a sus años de regalar oxigeno, recibía la indiferencia, las colillas y las aguas menores de los perros… 

Se pone verde el semáforo y se reanuda el ruido del tráfico desordenando los pensamientos, desviando la mirada sin saber la razón, giran los zapatos y le llevan rodeando el redondo de la plaza al contrario del reloj descontando minutos al futuro recuerda que aquel día no compro flores y también recuerda el porqué de tal afrenta a su propio ímpetu, una principio de sonrisa decaída y un ¡bah! Para que pensar más si era lo mejor.
Una maldición contra lo mejor y la verja llamando a adentrarse al otro lado del espejo del espejismo.
Un choque inesperado con el viejo conocido que, ni ríe ni llora impertérrito, agita suavemente sus razones al viento y escribe una muesca más a las de anteriores encuentros aunque este fue diferente no hubo que lamentaciones.

Presencias nuevas con las mismas costumbres en el espejismo bajo las entre sombras de los árboles que crecieron al ritmo de tu crecer y que hoy te miran pesarosos de que pasees lánguido por debajo de sus copas, un ladrido y el agua de la fuente salpicando como siempre haciendo barro donde se mancharan los niños aunque sus madres no les dejen mancharse.

No miró el reloj, ya se nota la caída del sol y piensa que más da si la noche será igual entre las páginas del libro que acompañe el insomnio hasta rendirlo cuando las primeras luces del alba se hacen dueñas de la ventana que nunca cierras para ver las estrellas.

Cruza la calle en busca de evitar los rincones y te pregunta la hora un muchacho con pinta de despistado que te recuerda tantos despistes de los sueños despiertos con los que aun caminas sabiéndolos tan lejanos como lo están del día que nacieron en tu corazón y solo te queda  una libreta casi llena, un bolígrafo a punto de acabarse y los bolsillos vacios.

Y cuando ya poco le queda para llegar piensa lo poco que le queda para volver a la rutina donde morir de abulia.

13/04/2014

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