Imprecisiones e imperfecciones
Los adoquines se hundían en el débil asiento que les sustentaba. Sus
aristas reventaban neumáticos y torcían
más de un tobillo. Las quejas, hasta poco antes un susurro, fueron
subiendo de tono y, quitando al del taller de neumáticos y al traumatólogo de
la calle de las piedras, los vecinos se concentraron gritando su desesperación y el consiguiente enojo.
(Podría haber puesto cabreo en vez de enojo pero
no me ha parecido adecuado)
Desde la calle de las adelfas el policía les observaba mientras valoraba si
comunicar o no la manifestación espontanea y no autorizada. Conocía a cada uno
de los manifestantes. Si no estuviera de
servicio sería uno de ellos. Dos días antes le habían dado el alta del esguince
que se hizo al pisar los adoquines. Dio media vuelta y siguió su ronda por la
calle de la Virgen.
(En los barrios de las películas siempre hay un
policía)
Las adelfas sobreviven en cualquier ambiente incluso en los más inhóspitos para
ellas. En los caminos siempre hay una piedra que molesta a los caminantes y que
nadie sabe como llego hasta allí. La esquivan pero ninguno se para a quitarla.
La cosa no llego a mayores un cuarto de hora de griterío y a tomar el aperitivo
entre cábalas sobre quién sufrirá la próxima torcedura.
(Cuando
adoquinaron las calles sólo circulaban carros)
La calle humanidades no tenia adoquines pero si numerosas grietas embreadas
en el asfalto dándole un aspecto de vejez acorde con las fachadas de los
edificios que la configuraban. Cuando
llovía destacaba su brillo sobre el del resto del asfalto componiendo
figuras que cuando era de noche se
volvían fantasmagóricas por efecto del amarillo de la luz de las farolas.
(Un gallego dijo que la arruga era bella y gano
fama y dinero)
Al lado del edificio de los insectos
han abierto una especie de cafetería pastelería, que ni es lo uno ni es lo
otro, mala suerte tenemos vienen a montar negocios con la sola intención de
hacer negocio y duran dos días. Se olvidan de la educación y de que el cliente
casi siempre tiene razón y al ser quien paga quiere que las cosas estén a su
gusto. No es mucho pedir.
(No hay monumentos pero hay rincones únicos)
La calle de los africanos parte en dos el parquecillo donde se toma el
fresco en verano. No tiene nada especial, dos macizos de césped y unos cuantos
arboles. La única terraza esta siempre llena y la tienda de perfumes no
confunde los perfumes con los olores de la calle. Las mujeres del barrio son
poco dadas a los aromas envolventes prefieren el nenuco.
(Perfume de mujer aroma las esquinas)
Y en la esquina el café aún sabe a café, la cerveza esta tan fresquita como
bien tirada y la sirven camareras de formas ampulosas. El propietario, indiano
con fortuna, invirtió sus dineros para conseguir más dinero y tomando por la
calle de en medio buscó tener una parroquia
femenina para atraer clientela masculina jugando con las fantasías de la
mitología masculina.
(Si me quieres encontrar, donde da el sol por la
tarde me hallaras)
La calle del arquitecto es aburrida con su sucesión de portales y
garajes, se transita por ella sino no queda
más remedio. Por la noche parece concentrar todos los fantasmas de la ciudad.
Que se sepa, nada excepcional ocurrió en su pasado pero su soledad hace avivar
el paso cuando se recorre por la noche y más en invierno cuando el viento sopla
del norte.
(Buscando saber de las ánimas perdidas por ella
iba. Sólo vi ojos tras las cortinas)
En la esquina de la calle del maestro
da el sol por las tardes cosa que se agradece cuando llega el frío, en
verano ni bajo los toldos se puede respirar pero aún así siempre hay algún
hombre esperando. La puntualidad femenina no es familia de la británica aunque
tengo que reconocer que en estos tiempos perdidos me suele dar tiempo a urdir un relato o
esbozar un poema.
(“Los últimos serán los primeros”. Justificación
divina de la impuntualidad)
Llega abril y el aire cambia de fragancia entre los vapores del gasoil el
brillo de la lluvia y el aroma a humedad toma al asalto la mente que abre las entrañas con palabrejas del alma. Y los días grises se
suceden pero ya es un gris vital que entierra los tristes días del invierno e
intenta despertar los sentidos pero estos
ya sólo buscan sentarse y mirar pasar el mundo.
(La luna dio vueltas hasta que se quedo en el
cielo)
Y en las islas del otro lado del mundo hilan sedas que velando los instintos
incitan a los sentidos. Pasión inflamada,
chal que resbala, carne trémula balbuceando el son de las escalas: Bajar al infierno para
subir al cielo. El favor de tus bordes llevando al confín del abismo la gracia
invisible que inscribe en la evocación de la piel el sabor indeleble y dulce de
su ser.
(La
sensualidad de los maniquíes)
El mes del año es mayo.
Sol, flores y amor…
Continuara
Verano de 2016
Miguel Ángel S. L. (Ángel Saguar)