Lunas y arenas unidas.
Soportando el estrés llega
el ocaso.
Se hace liviano el
peso de la luz
y el volumen se
empequeñece.
Dos farolas
enfrentadas y ambas se apagan;
ronda la muerte
y en el cristal de la
ventana de enfrente se mecen calladas
las ilusiones del
trapisondista
en la cuerda floja de
una cuartilla con líneas torcidas.
Se hace el día con el
hielo por consigna y amanece en el calor de la mesa camilla
una noche más de
vigilia rompiendo los sesos,
cenizas apagadas donde
las brasas antes mandaban,
el brío aterido y
secuestrado por el temor a un nuevo estadio
en la subida a ninguna
parte de las aguas amargas.
01/01/2015