La maleta abierta encima
de una silla. ¿Qué meter en la maleta para
unos días? Una muda por lo menos. Dos pares de calcetines. Un pijama, ¿hará
calor? Una camisa. Un pantalón. La bolsa de aseo, por si acaso, no tendrá ocasión
de afeitarse. Un libro, quizás sea mejor unas revistas. No olvidar las
zapatillas, los suelos aún están fríos. Mejor la bolsa de viaje, la maleta es
grande.
Suena el despertador, no
hacía falta que sonara, no durmió en toda la noche. Una ducha rápida, un
afeitado a conciencia y una taza de café. El primer cigarrillo. Se viste con
premura, echa un vistazo a la bolsa de viaje, la cierra. Apaga las luces y sale
hacia la parada del autobús. Camina con paso decidido. Llega a la parada,
tendrá que esperar, enciende un cigarrillo. Cuando llega el bus pisa la colilla.
“Buenos días”. Nadie
responde. Paga el billete. No hay asientos libres más que en la parte de atrás,
se queda de pie en el centro del bus. Van pasando las calles y las asocia a un algo:
una tienda, la panadería, una mañana, un paseo, un bar, una esquina, aquella madrugada…, una mujer, una librería.
Quedan cinco paradas. No
hay tráfico pero el bus avanza despacio. Todos los semáforos alcanza en rojo.
Por
fin, la siguiente parada es la suya. Desciende al tiempo que se lleva a la boca
un cigarrillo, lo enciende en la acera. Busca por donde cruzar y encuentra el semáforo
en verde unos metros más abajo. No llegará y tendrá que esperar. Tampoco es que
tenga prisa llego con tiempo de más. Siempre le sobró tiempo para esperar.
Tras cruzar camina con el
sol en sus espaldas. Los reflejos le deslumbran. Mira varias veces el número de
los edificios. Ve el cartel a la entrada del edificio, no tiene número en la
entrada. No era necesario mirar los números pero siempre le gustó fijarse en
los pequeños detalles. Entra empujando una hoja de la puerta central. El vestíbulo
parece un hormiguero. Un ruidoso conjunto de colas.
Mira todos los carteles y
se coloca en la cola del suyo. Miradas de reprobación para el niño que juega entre las filas indias. La madre que lo
regaña. El niño con cara de pillo sonríe y no hace caso. ¡Qué poca vergüenza en
mis tiempos no pasaba esto! La madre colorada va detrás del niño. Cuando logra
cogerlo vuelve a su sitio en la cola. El niño le mira por encima del hombro de
la madre. Le guiña un ojo al niño que le saca la lengua.
Entre guiños y muecas
llegan al mostrador. La recepcionista coge los papeles sin mirarle. ¿No ha
mirado la fecha? Sí, pero dentro de un año pienso que no estaré vivo. Hay que
respetar la fecha de la cita. ¡El siguiente! Pero señorita… ¡Apártese! ¡EL
SIGUIENTE!
Se agacha para coger la
maleta y no la encuentra. Camina pensativo por entre las colas hacia la salida,
la misma puerta por la que entro y antes de llegar cae al suelo redondo. Está frio
el suelo. Escucha lejanos gritos y carreras. Y mientras murmura “mi maleta,
buscar mi maleta”, deja de respirar.
Miguel Ángel S. L. (Ángel Saguar)
03/06/2015
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